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Obsequium amicos, veritas odium parit

«A pesar de que estas almas a las que el joven gustaba asomarse eran poco comunes y de muy difícil descubrimiento en medio de la multitud anónima, él supo buscarlas, supo descubrirlas, aunque muchas veces fuera la casualidad quien se las presentara».

Kyra Kyralina, 1924

A pocos sonará el nombre de Panait Istrati. Yo misma no había oído mencionarlo, ni siquiera leído su nombre, hasta el momento en que el texto de Codin llegó a mis manos.  Al terminar uno de sus cuentos o novelas, lo que más sorprenderá al lector es precisamente este olvido al que la memoria del rumano se ha visto abocada. Se preguntará también cómo puede haber estado condenada al ostracismo durante tantas décadas, no solo en el panorama hispanohablante, sino en el de su propia tierra natal y en el que lo vio nacer como escritor. Será entonces cuando le surjan dudas sobre la posible existencia de razones ajenas a la calidad de su prosa.

Panait Istrati por Eustaţiu Stoenescu (Craiova, 1884 – Nueva York, 1957)

A partir de 1933 Istrati desapareció prácticamente del panorama editorial español. Sin embargo, que a su vez desapareciera de los panoramas francés y rumano para no volver a ser reeditado hasta los años sesenta y noventa, respectivamente, es mucho más sospechoso.

La realidad es que Panait Istrati tuvo un gran éxito popular y mediático —aunque fugaz—entre los años 1925 y 1930, convirtiéndose en una figura de prestigio en los círculos literario y cultural galos. Inmediatamente traducido a veinte idiomas, sus libros eran reseñados en los principales diarios franceses de la época, participaba en congresos y se codeaba con la crème de la crème de la intelectualidad europea.

En 1927 sería invitado a los actos de conmemoración de la Revolución Rusa (aunque no tenía carné del Partido) por Christian Rakovski, diplomático considerado la mano derecha de Trotski.  El escritor aprovecharía su estancia en Moscú para emprender una serie de viajes por la U.R.S.S. que durarían dos años y le llevarían a lugares como Nizhni Nóvgorod, Ucrania, Azerbaiyán o Georgia, en los que, a pesar de haber afirmado en un principio que no haría críticas a problemas que seguramente existían por no querer contribuir a la contrarrevolución, fue desencantándose de la situación del país. La decepción le llevaría a hacer duras declaraciones en contra de las colectivizaciones, el arribismo de los funcionarios de la burocracia soviética y las purgas contra los viejos revolucionarios. Pero fue a partir de la publicación de Vers l’ autre flamme (traducido por la editorial Cenit como Rusia al desnudo) en 1929, el cual apareció con su firma —aunque coescrito junto a Victor Serge y Boris Souvarine—, cuando el Partido Comunista emprendió una ardua campaña de desprestigio del escritor, tanto desde Moscú como en París, donde el PCF lo denunciaría públicamente como traidor. Es entonces cuando se rompe todo lazo entre él y los intelectuales comunistas, que lo señalarían unos como trotskista y otros como fascista. Incluso su amigo y mentor, Romain Rolland, quien había alabado sus cartas al Directorio Político Unificado del Estado, terminaría por cortar su correspondencia con Istrati.

Por otro lado, en Rumanía no era especialmente apreciado desde hacía varias décadas debido a su participación en la manifestación a favor de la Revolución Rusa y en contra del arresto de Maxim Gorki en 1905; su apoyo a la revuelta de los campesinos rumanos de 1907 —cuyas matanzas describiría crudamente en Los cardos del Baragan—; su colaboración en revistas sindicalistas y de corte socialista como Dimineata o România muncitoare; su liderazgo en la organización de la huelga general de 1910 junto a Jeanette Maltus y su marcha de Rumanía en 1916 para no tener que luchar en la Gran Guerra. En sus posteriores novelas sobre los hajduks[1] relata el final de la ocupación turca, en la que los boyardos y el gobierno habían sido cómplices de los invasores, mientras se haría miembro del Comité por la Defensa de las Víctimas del Terror Blanco en los Balcanes. Todo esto, entre otras cosas, contribuyó a que el gobierno rumano —y la policía secreta, primero llamada Siguranța Statului y después Serviciul Secret de Informații— lo vigilase de cerca por considerarlo demasiado «cosmopolita» (o antinacionalista) y a que la Guardia de Hierro intentara asesinarlo en más de una ocasión. Qué decir de cuando llegó el comunismo al poder en Rumanía. Para entonces las difamaciones de los comunistas franceses y soviéticos habían calado hacía tiempo en el resto de Europa, siendo prohibida su obra en la República Popular Rumana mientras, a su vez, corría el mismo destino en la Francia ocupada por los nazis.

Las acusaciones que se vertieron contra el escritor, tachándolo tanto de trotskista como de fascista, fueron malintencionados intentos —con probado éxito—  de desprestigiar a un grandísimo librepensador. Lo digo con el conocimiento de quien no solo se ha parado a leer más que detenidamente Codin, sino también El Pescador de Esponjas, Mijail y Kyra Kyralina.
En 1927 Istrati había denunciado públicamente la ejecución de Sacco y Vanzetti. En 1929, las purgas masivas de Stalin. En 1930, la matanza, a manos de la oligarquía rumana, de los mineros de Lupeni. Es algo común que sobre aquel que expresa verdaderamente lo que siente y piensa sin adscribir sus ideas a las del grupo, sin vender su alma al Diablo, caigan las más viles calumnias y el más deprimente de los «destierros». Estás conmigo o estás contra mí. La vieja historia de siempre.

A partir de la denuncia de traición por parte del Partido Comunista Francés, ni siquiera le quedaron aquellos afines a lo que empezaba a conocerse como «trotskismo». Incluso Nikos Kazantzakis, quien había sido uno de sus grandes amigos, fue distanciándose de él, a pesar de que intercambiaron correspondencia hasta la muerte del rumano. Pocos hubo después de 1930 que reivindicaran su literatura y su pensamiento. Entre ellos, Lola Iturbe, que firmaba sus artículos como «Kyralina». Si acaso, una de las escasas amistades que conservó fue la de Victor Serge (a quien había sacado de la cárcel en 1928) que, desgraciadamente, no estaba para apoyos efectivos en aquel momento. Sobre la muerte de Istrati en un sanatorio de tuberculosos en 1935, Serge escribiría: «Murió pobre, abandonado y completamente desorientado en Rumanía. Si sobrevivo es en parte gracias a él».

A Panait Istrati no se le condenó únicamente por ser pobre, inmigrante en su propia tierra (su padre era griego), enfermo crónico y expatriado, sino también por ser franco y honesto. Es a aquellas mentes frívolas, infectas y serviles a quienes debemos la defenestración de uno de los grandes de la literatura universal.  Y a sus sucesoras, la posible futura defenestración de los que hoy estén forjándose como tales.

Cita
Serge, Victor, Memorias de un revolucionario, Madrid: Veintisiete letras, 2011 (primera edición en lengua original: Mémoires d’un révolutionnaire, 1901-1941, París: Editions du Seuil, 1951)

[1] Bandoleros combatientes de la guerrilla en contra de la ocupación otomana de los Balcanes.

                                                                                                                                                                   Lara – equipo de editores de Codin

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